viernes, 25 de enero de 2013

Historia de la ideas contemporáneas (y II)


 Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (y II)







Como anunciaba en la primera parte de esta reseña, anoto algunas de las muchas ideas que invitan a la reflexión en este libro.


Alexis de Tocqueville (1805-1859), gran defensor de la individualidad, critica sin embargo el individualismo. Alertó de uno de los riesgos del sistema democrático: la actitud de los hombres que se retiran del ámbito público para encerrarse en el pequeño mundo de su propia casa y círculo de amistades, con el pobre ideal de pasar la vida cómodamente. 


Una de las consecuencias perversas de la mentalidad materialista y hedonista es la pérdida de  virtudes cívicas, visible en la irresponsabilidad de quienes esperan que unos pocos, en cuyas manos se abandonan, se lo den todo hecho.


Tocqueville afirma que la salud de una democracia se demuestra en la medida en que la mayoría no se transforme en despotismo hacia la minoría. Por eso la democracia requiere de las virtudes morales y de la libertad de prensa (“instrumento democrático por excelencia de la libertad”); y sobre todo requiere de la religión.






Tocqueville se sorprendió al comprobar la enorme importancia que tenía la religión en la sociedad americana, y la consideraba la salvaguarda más importante de la libertad. En la religión cristiana, decía, están unidas fontalmente la libertad política y la capacidad innovadora del individuo. Sin visión trascendente no se puede sanar la tendencia de los hombres a una vida cómoda. De la religión brota la energía innovadora y la conciencia de la propia dignidad y libertad.


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El  nacionalismo es una ideología política, con diversas variantes,  que ha protagonizado gran parte de los hechos más relevantes en los dos últimos siglos. Contiene una parte de verdad: el amor a la propia tierra y al ámbito que nos rodea, que nos da sentido y comprensión.  

Pero cuando convierte esta verdad en ideal Absoluto, transforma la nación en un fin en sí mismo, desprecia a otras naciones y culturas,  y acaba convirtiéndose en una especie de religión sustitutiva (cfr. discurso de Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995).


Uno de los elementos constitutivos del nacionalismo es la visión reduccionista de la naturaleza humana. Identificar al hombre con su pertenencia a una nación, cultura o raza, priva a la persona de algo esencial: la apertura interpersonal, el respeto a la diversidad, la promoción del diálogo, la conciencia de la radical unidad del género humano.


El nacionalismo es diferente del buen patriotismo, una virtud humana que consiste en el  justo amor por el propio país, que no impide el amor proporcionado a los demás.



La homogeneización lingüistica, en la que los dialectos son sustituidos por la lengua nacional, es otro efecto del nacionalismo. El nacionalismo revolucionario se asienta en dos pilares: educación nacional y ejército nacional,  y hace suya la vieja y falsa idea de Rouseau de que sólo el Estado puede crear buenos ciudadanos.



El concepto de guerra moderna surgió con la Revolución francesa y su antropología ilustrada: toda la nación se ve involucrada en la guerra y el servicio militar pasa a ser obligatorio. Los efectos del nacionalismo, que convierte a la Nación en madre por la que todos sus hijos deben sacrificarse, han sido devastadores.



El falso mito del progreso: la razón ilustrada termina en los lagers nazis y en la bomba atómica americana. Auschwitz e Hiroshima destruyen el mito del progreso natural, necesario e irreversible de la humanidad.







El impulso colonizador de las grandes potencias (Gran Bretaña, Francia, Alemania, USA, Rusia e Italia) tiene su origen remoto en el universalismo cristiano: la conciencia intuitiva de que lo logrado por Europa a lo largo de su existencia era patrimonio de todos, y debía ponerse a disposición de todos. Pero era un impulso ya secularizado, porque tuvo lugar a partir de 1870, cuando la ideología liberal progresista dominaba en los gobernantes de Europa. 


El credo que realmente se extendió (junto a las tecnologías y las ideas sociales) fue el liberalismo, credo del progreso y del enciclopedismo. La expansión del cristianismo fue mucho menor. Se universalizó la cultura occidental, de origen cristiano pero ya secularizada.



Liberalismo y marxismo comparten más de lo que parece: la visión inmanentista y el reduccionismo economicista: ambas ideologías son materialistas.


La propaganda soviética logró que se identificara la denominación “fascista” con “anticomunista”. Cualquier intento de crítica del comunismo era inmediatamente etiquetado de fascista. Es interesante en este sentido lo que aportan obras como El montaje, de Vladimir Volkof.


Nacionalismo y marxismo comparten la absolutización de lo relativo: la pertenencia a una nación o a una clase social. Pero esos  factores, presentes en la vida de los hombres, no lo explican todo.


El régimen soviético era un capitalismo de Estado. Se demostró que lo que oprimía al hombre no era la propiedad privada, sino algo más profundo.


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Fazio presta atención también al islam y su extensión en los países democráticos de occidente. La fe musulmana, llevada a sus últimas consecuencias, implica unión entre poder político y poder religioso, ya que para el islam la organización jurídica proviene de la revelación. 


Este hecho implica graves consecuencias para el orden internacional y para la salvaguarda de los derechos de la persona. Se puede decir que sólo un mal musulmán –que no lleva al límite su fe- no es peligroso. 


Coincide en esto con Martin Ronheimer, quien señala que el auténtico enemigo del Estado laico no es el cristianismo, sino una cultura como la islámica que se conciba a sí misma como un proyecto unitario político-religioso.







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Interesante la figura de Jacques Maritain, (1882-1973), con un itinerario intelectual que comienza en el cientifismo y el socialismo. Gracias al influjo de Bergson se libera del positivismo. En 1906,  la amistad con el poeta Léon Bloy y la lectura de sus obras, le acerca al cristianismo y se convierte a la fe católica, junto a su mujer Raïsa, rusa hebrea.  

Maritain convirtió su casa en las afueras de  Paris en un lugar de encuentro con amigos intelectuales. Allí organizaba charlas para estudiar la doctrina católica, y  retiros de contenido espiritual, predicados en ocasiones por el conocido sacerdote Garrigou Lagrange. Asisten  personajes de la talla intelectual de Cocteau o Julien Green,  y llegaron a lanzar una colección editorial. 

Maritain es uno de los impulsores del neotomismo, y tuvo un papel muy importante en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



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Respecto del feminismo, Fazio analiza sus orígenes diversos: la Ilustración y su visión igualitaria, el socialismo utópico, el liberalismo,… sin olvidar el influjo de la antropología cristiana, que subraya la común dignidad de hombres y mujeres en cuanto imagen de Dios.


Entre las diversas corrientes feministas, el feminismo radical se presenta como una ideología revolucionaria, basada en buena parte en la sicología de Freud e inspirada en la escritora Simone de Beauvoir

Este feminismo afirma que la verdadera liberación de la mujer consiste en  la liberación de la heterosexualidad, porque “el matrimonio es fuente de opresión”. Pretende  transformar el espacio privado, la intimidad del hogar  y la familia, en espacio público - “lo personal es político”, afirma- lo que convierte esa ideología  en un peligroso movimiento totalitario. Al considerar el dominio sexual como fuente de poder,  reivindican el lesbianismo y el placer sexual de la mujer como medio de liberación.


Sulamith Firestone, una de las principales promotoras del feminismo radical,  afirma que la causa de la opresión de la mujer es la fertilidad. Su liberación, por tanto, exigiría destruir la estructura de poder que la mantiene oprimida: si los obreros se liberan apropiándose de los medios de producción, la mujer se liberará controlando los medios de reproducción mediante la tecnología genética (Dialéctica del sexo, 1972).

En contraste, el feminismo cristiano ha continuado su lucha en favor de la dignidad de la mujer, siguiendo la tradición de una religión que ha difundido la igual dignidad del hombre y la mujer como hijos de Dios. Esta concepción revolucionó las categorías culturales machistas de la Antigüedad, como aún hoy podemos comprobar cuando comparamos la situación de la mujer en países de tradición cristiana con otros de influencia musulmana.


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Democracia no es agnosticismo moral: pertenece a la esencia del régimen democrático la persuasión de que hay cosas que no se pueden hacer nunca.


La libertad tiene una dimensión relacional esencial, no es un valor absoluto en sí mismo, pues con ese modo individualista de concebirla se convertiría en libertad de los más fuertes contra los más débiles. 

La libertad no puede renegar de su relación con los demás y con la verdad. La  libertad es auténtica cuando dispone a acoger y servir a los demás, y a distinguir entre el bien y el mal, y no los deja a su capricho.


Sentirse obligado significa que se es libre. Todo deber implica libertad. Obligación no equivale a ausencia de libertad, sino una presión ejercida por la fuente de esa obligación (Henri Bergson).


La antropología cristiana no es ni pesimista ni optimista, es realismo sobrenatural: el mal alberga en el corazón del hombre, no basta con combatir las estructuras sociales para erradicar el mal: es preciso comenzar por la conversión personal.


El amor es una prueba de la inmortalidad del alma. “Amar a un ser es decirle: tú no morirás” (Gabriel Marcel).



El camino que lleva a la fe cristiana es obrar según la verdad revelada. Compórtate como un cristiano y te darás cuenta de su verdad: fac et videbis (Pascal).

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Mariano Fazio no se limita a analizar las ideas. Además ofrece certeros razonamientos que ayudan a entender hasta qué punto son acordes con el bien del hombre, o si por el contrario son ideas nocivas para el hombre y que por tanto perjudican la convivencia social.









martes, 22 de enero de 2013

Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización


Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (I)




Conocer lo más objetivamente posible la historia, y las ideas esenciales que –para bien o para mal- han influido en su devenir,  debería ser preocupación de toda persona cultivada, de cualquier ciudadano  responsable de la sociedad en que vive. 


Este sugerente libro facilita esa tarea. Tiene su origen en las clases sobre Corrientes Culturales Contemporáneas que el profesor Mariano Fazio, historiador y filósofo, imparte en la Facultad de Comunicación Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.








Desde una perspectiva cristiana del hombre y de la historia, analiza uno de los elementos característicos de la Modernidad, que comienza ya en el siglo XV: el proceso de secularización. Un proceso más complejo de lo que el término parece indicar, pues no equivale a descristianización.


Secularización no es  término unívoco.  Puede entenderse como una positiva afirmación de la autonomía de lo temporal, una desclericalización, buena por purificadora de concreciones históricas alejadas de la auténtica inspiración cristiana.  Es cierto que el término secularización también se ha usado para describir una negativa afirmación de independencia de lo temporal respecto a la trascendencia, equivalente a lo que desde el siglo XIX se viene llamando laicismo. Pero la palabra   secularización, en sí misma, no significa pérdida del sentido religioso, ni debe entenderse en sentido negativo.


Fazio sitúa como uno de los hitos del proceso de secularización el Descubrimiento de América y la consiguiente creación del Derecho de Gentes,  por obra de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca


Con el Derecho de Gentes, Francisco de Vitoria supera el ambivalente concepto de Cristiandad, nombre que se asigna a la organización sociopolítica formada en Europa entre los siglos XI y XV,  de la que no se puede afirmar que sea la solución cristiana. 


Vitoria, al defender la existencia de una comunidad internacional, de la que forman parte todas las naciones con igualdad de derechos, supera formas propias de la teocracia medieval, y abre la puerta a un mundo moderno (en el que se reconoce la autonomía de lo temporal) y cristiano (puesto que reconoce la dignidad de cada persona como imagen de Dios).






Sobre ese proceso de secularización iniciado en el siglo XV vinieron a incidir también algunas ideas antropológicas  novedosas -como el mito del buen salvaje-  y las críticas a la teocracia medieval que tomaron pie de los sucesos americanos.


Partiendo de esos primeros momentos de la secularización, Fazio realiza un documentado recorrido por las principales ideologías y eventos históricos que incidieron en la evolución del pensamiento: el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, la génesis de la Ilustración en los diversos países europeos, el romanticismo, y las principales ideologías que marcaron el siglo XIX, en gran medida hijas de la Ilustración: liberalismo, nacionalismo, marxismo, cientifismo. 


La Primera Guerra Mundial supuso un auténtico shock cultural para quienes habían puesto todas sus esperanzas  en la Modernidad, y en lugar del prometido mundo nuevo de luces, paz y prosperidad,  se encontraron con un  conflicto bélico de dimensiones aterradoras.






Ya en el siglo XX, se estudia la crisis de la Modernidad: nihilismo (Nietzsche, Lyotard, Derrida);  pansexualismo de Freud;  la sociedad permisiva; y los movimientos culturales actuales, como el feminismo o el  ecologismo. Describe también el fenómeno del retorno a lo sacro, una característica de nuestro tiempo  no exenta de ambigüedad, pero que manifiesta que es imposible borrar del hombre su esencial dimensión religiosa.


La posición de la Iglesia Católica ante las diversas situaciones históricas es analizada extensamente en la última parte del libro: la doctrina social de la Iglesia frente a la ética liberal; el Vaticano II y su afirmación de la libertad religiosa y la legítima autonomía de lo temporal; y la propuesta de  nuevo orden mundial hecha por Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995.






Me han parecido sugerentes muchas de las reflexiones que aporta este libro en torno a temas como la democracia y el respeto a las minorías; el colonialismo de las potencias liberales secularizadas;  el  individualismo como riesgo de la democracia; y el nacionalismo, una desviación del sano patriotismo (amor a la propia tierra), peligrosa en la medida en que fácilmente puede caer en el  reduccionismo antropológico y el egoísmo colectivo.  

Apunto algunas de ellas en la segunda parte de estareseña.



jueves, 10 de enero de 2013

Faros que nos enseñan a comunicar


                                       


La isla de los cinco faros. Ferrán Ramón Cortés. Un recorrido por las claves de la comunicación. Ed. RBA Bolsillo, 2005.


Ferrán Ramón Cortés es  experto en marketing y publicidad,  director general de Tiempo /BBDO y profesor de la BBDO University.  De  modo original y creativo –la observación de las características de los cinco faros más famosos de su isla natal, Menorca- nos presenta de modo didáctico y atractivo algunos de los elementos básicos de la buena comunicación. Se sirve para ello de una historia.


Un antiguo y experimentado profesor, que asiste a una de sus charlas-presentación,  le resume la impresión del público tras escucharle: “te han seguido con interés, pero no te han comprado; no les has convencido.  Y le invita a reflexionar acerca de cómo mejorar su trabajo de comunicación.


Le propone un método: debe visitar los cinco faros principales de Menorca. Si observa con atención cada faro, el entorno en que está instalado y cómo realiza su función,  podrá sacar conclusiones prácticas para mejorar su trabajo. Pues los faros son elementos de comunicación eficaces, gracias a sus características esenciales: están donde se les divisa mejor, emiten con  luz potente,  de manera constante,  con señas de identidad propias, características diferenciadas que permiten al receptor no sólo verlo, sino también  distinguirlo de otros. 


 Entre  las claves que encuentra,  unas hacen referencia a la construcción y planificación del mensaje; otras, al acto de comunicar y su escenificación. 


1) Toda comunicación necesita un único y gran mensaje, que realmente sea relevante. Como dice el cartel de un monasterio, “Habla sólo si lo que tienes que decir es mejor que el silencio”. Antes de hablar hemos de pensar qué es exactamente lo que queremos decir, y ser capaces de escribirlo en una frase, que explique la idea que deseamos comunicar: sólo una. Las demás ideas, ejemplos o argumentaciones  que incluyamos deben estar al servicio de esa única gran idea y no distraer de su atención.  Única y grande, original. No puede ser una idea banal, sino nueva e interesante, valiosa, por la que haya valido la pena que venga a escucharnos  gente muy ocupada.


2) La luz del mensaje tiene que destacar con fuerza sobre la de otros muchos mensajes que se emiten alrededor: esa fuerza de nuestro mensaje consiste en envolverlo en forma de una historia, para hacerlo memorable. Por eso la Biblia está llena de historias y metáforas (que por cierto deberíamos releer con frecuencia: he puesto el enlace a una de las mejores ediciones, muy asequible en e-book: la de la Universidad de Navarra).  La distancia más corta entre el hombre y la verdad, dice, es un cuento: los cuentos entrañan grandes verdades. Las historias se fijan en la mente. Hay que dedicar tiempo a envolver la gran idea en una historia, comparación, cuento, metáfora, que sea sugestiva. Sólo así será recordada nuestra gran idea sobre una multitud de otras ideas que llegan a los oyentes.


3) Usar un lenguaje sencillo y eficaz, que entiendan los interlocutores, con el que conecten fácilmente; no un lenguaje técnico, ni erudito, “nuestro” lenguaje, que acaba convirtiéndose en niebla que oculta el mensaje.  Hablar pensando en acercarnos a quienes escuchan, que capten que lo que decimos es sólo para ellos. Lenguaje, tono, ritmo,  ejemplos, duración… ha de ser adecuado a los oyentes.


4) El mensaje que vale es el que se recibe, no el que se emite. Importa lo que capta la gente, no lo que creo que estoy diciendo. Y la gente capta el sentimiento con el que decimos las cosas, porque lo que sentimos no se puede esconder. Para conocer cómo está recibiendo la gente el mensaje, mientras hablamos basta con estar atentos a sus gestos, sus expresiones, y sobre todo observar sus ojos. La manera de conocer e interpretar lo que la gente capta es estar atentos a su mirada, leer sus ojos. Estar pendiente de lo que la gente capta, no de lo que quiero decir. Entre lo que queremos decir y lo que la gente capta están nuestros sentimientos: nos pueden traicionar, porque no escuchamos nuestra voz, pero la gente sí: sus caras, sus ojos, nos dirán si debemos cambiar la forma de comunicar sobre la marcha.


5) Comunicar no es arrastrar ni empujar, es invitar. Invitar sin ninguna coacción. El faro ni empuja ni  me viene a buscar. Está firme y convencido, pero respeta mi libertad. Yo iré hacia el faro si me logra seducir.  Es la convicción con la que hablamos lo que seduce, no el esfuerzo que podamos hacer por convencer. Invitar en lugar de intentar convencer. Nuestro objetivo no puede ser convencer a la gente, sino mostrarnos convencidos, contagiar entusiasmo y hacer que la gente se acerque si quiere, no arrastrarla. Evitar afirmaciones categóricas, imperativas, opiniones taxativas, el ordeno y mando por decreto.  Ofrecer siempre la libertad de aceptar o no lo que estamos comunicando, con respeto mutuo. Evitar los monólogos y dejar lugar a que la gente opine, escuchar y reflexionar.


Y suscitar emociones. Solemos olvidar lo que sólo entendemos. En cambio recordamos lo que nos ha tocado el corazón.


La siguiente exposición, cuenta el autor, la preparó a conciencia, pero la expuso sin papeles, pendiente de las reacciones de la gente, aunque se dejaría cosas por decir y tendría algún lapsus. Pero era un precio a pagar, y valía la pena porque quería hablar con el corazón, no con la cabeza.  Y fue un éxito, porque la vida se vive con el corazón, no con la cabeza.


Informar y comunicar son dos cosas muy distintas. Dar información no suele suscitar interés, porque es un acto bastante neutro. Pero comunicar es todo lo contrario: es probablemente una de las habilidades más determinantes de nuestra vida. Además, saber comunicar eficazmente una idea es tanto o más importante que tenerla. La incapacidad de comunicar a los otros lo que pensamos, lo que nos inquieta, lo que deseamos, puede sumergirnos en una inmensa soledad y frustración. Nos enseñan a desarrollar conocimientos e ideas, pero nadie nos enseña a comunicarlas. Sin embargo, comunicar eficazmente nos acerca a los demás y permite construir relaciones, nos hace mejores personas.


Un libro lleno de ideas y consejos sugerentes, para tener a mano y repasar con frecuencia.



domingo, 6 de enero de 2013

Segunda navegación. Alejandro Llano


La vida lograda de un intelectual de pura cepa


Segunda navegación. Alejandro Llano. Ed. Encuentro


Una vida plena es una idea tenida en la juventud y realizada en la edad madura. Estas palabras de Alejandro Llano son, a mi juicio, las que mejor reflejan el contenido de este magnífico libro, en el que se aprende y disfruta contemplando la trayectoria intelectual y vital de un hombre de singular valía.

Se trata de la segunda parte de las memorias del profesor Alejandro Llano, catedrático de metafísica en las universidades de Valencia y Navarra. Como en Olor a yerba seca, que recoge sus memorias de juventud,  Alejandro Llano despliega en este libro. ante el agradecido lector, todo lo que lleva dentro, con una libertad, sinceridad y capacidad de llamar a las cosas por su nombre poco usuales.

Cuantos le conocemos sabemos de su gratificante cualidad de  expresar cosas serias con simpatía y rigor. Y así lo hace en el libro, ayudado de una expresividad literaria que debe, como confiesa también agradecido, a su afición apasionada por la lectura desde muy joven. Afición no solo ni principalmente a libros sesudos, sino también y sobre todo a la novela: Al leer novelas, vivimos otras vidas y exploramos a fondo la nuestra.

Si en Olor a yerba seca el recorrido estaba lleno de anécdotas vitales, en esta segunda parte acompañamos a Alejandro también por algunos de los principales hitos de su trayectoria intelectual. Van desfilando personajes que han influido en su pensamiento, y comparte con el lector sucesos y reflexiones siempre enriquecedores.   

Sorprende la facilidad con que pasa del pensamiento profundo al comentario que te obliga a reír a carcajadas, con envidiosa sorpresa de circunstantes. Lo que nos cuenta muestra una vida colmada, con principios morales claros de los que extrae consecuencias prácticas para la vida diaria. Así: La clave del perdón es el olvido. La “memoria” encona el agravio e impide perdonar.

Al hilo de sus planteamientos uno se siente inclinado a contrastarlos con la vida propia. Por ejemplo, cuando se pregunta: A mí, ¿en qué se me ha ido la vida?

Una vida colmada es también una vida agradecida. Son frecuentes las referencias a sus padres,  llenas de emocionado y contenido reconocimiento. Su madre, mujer fuerte y humilde, que  siempre procuró que la atención de quienes le rodeaban no se centrara en ella (…) Solía ponerse en segundo plano, lo cual no disminuía –sino todo lo contrario- la impresión de gran categoría personal que suscitaba en cuantos la conocían. Y el calor del padre y de  cada uno de sus numerosos hermanos, siempre unidos y a la vez dispersos por el mundo. 

Pensador como es, saca conclusiones de la realidad que observa. Alejandro se confiesa aristotélico y cristiano, que no platónico ni neoplatónico. Por eso le da mucha importancia al cuerpo que somos (no “que tenemos”). Siento a mi padre y a mi  madre dentro de mí: también con su fortaleza y su proclividad a determinadas enfermedades. Yo soy ellos. El legado de los padres no sólo se refiere al aspecto sicológico, cultural y religioso, sino también es una herencia biológica.

La evidencia del ser de lo real permite conclusiones importantes. Por ejemplo,  que los motivos por los que las familias numerosas constituyen un fenómeno positivo,  que es conveniente fomentar y apoyar,  no son pragmáticos, sino más bien ontológicos: el ser humano es un bien en sí mismo, y su nacimiento es la única novedad radical que aparece sobre la tierra. A cada uno de los hijos, muchos o pocos, se les puede decir: ¡qué bueno es que existas!

Lector empedernido, es significativa su afirmación acerca de que la salvación intelectual está en los libros. Regenerarán la universidad unos pocos profesores y unos pocos alumnos capaces de leer, reunirse y hablar entre sí. Nada de lobbies ni tácticas a corto plazo. El silencioso diálogo de la lectura es la mejor terapia contra el pragmatismo y el funcionalismo. Es preciso leer mucho y bueno.

Nos regala  interesantes referencias a las lecturas que más le han influído, de las que el lector atento toma buena nota para cubrir lagunas: El jardín de los Finzi Contini, de Giorgio Basan. Historia del buscón llamado Pablos, de QuevedoDostoieski: El idiota; Demonios;  Los hermanos KaramazovEl corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Los Budenbrook (Thomas Mann). En busca del tiempo perdido, de un Marcel Proust, de quien afirma que  se equivoca en la antropología, pero hace descripciones magistrales de las actitudes humanas. José y sus hermanos;  Doctor Faustus;  La montaña mágica (Thomas Mann). Ética a Nicómaco, de Aristóteles. Ulises (Joyce). El ruido y la furia (Faulkner). El Danubio, de su amigo Claudio Magris. Y un largo etcétera.  Y por supuesto el Evangelio: La Biblia es el libro cuya lectura nos permite llegar a entender cada vez mejor la propia Biblia. Ninguna otra lectura es más eficaz.

Un intelectual como él no podía dejar de lado la referencia al apoyo indispensable que se prestan razón, ciencia y fe. Su conclusión es rotunda: la ciencia positiva y la filosofía moderna son impensables sin el mensaje cristiano, especialmente en lo que concierne a la desacralización del mundo, a la creación de todas las cosas por Dios y a la libertad humana.

Invitado a participar en universidades y foros de numerosos países, es ilustrativa su capacidad de amistad,  la forma más alta de comunicación entre iguales, que desarrolla ampliamente. Sorprende la extensa y tupida red de amigos de toda la escala social, comenzando por sus numerosas promociones de alumnas y alumnos, que le guardan una cariñosa y leal cercanía, en justa correspondencia a la suya.

Alejandro se muestra abierto a cuantos se le acercan: intelectuales, políticos y gente menos conocida del ancho mundo. No todos le responden igual, y sabrosos comentarios acerca de diversos personajes conocidos salpican el relato.

A lo largo del libro se pone también de manifiesto la capacidad pedagógica del profesor, puesta al servicio de cuantos se le acercan, y su amor a la universidad:

Se enseña lo que se sabe y se ama. Enseña el que sabe y ama.

Cuando se sabe de verdad acerca de una cuestión, la mejor y casi la única forma de transmitir conocimiento es con la presencia de cuerpo entero y con la palabra viva. Aquello que vitalmente se domina lo comprenden sin problemas todos los estudiantes que ponen un mínimo de interés y esfuerzo. Porque entonces lo que se da no es una “materia”: se da el profesor a sí mismo, lo mejor q tiene: su saber y su amor por el conocimiento y por ellos mismos.

Afán de enseñar  y generosidad, afirma, son dos cualidades indispensables en el profesor universitario.  Si no tengo con quién compartirlo, ¿para qué me interesa saber más? Quien está solo y sin interlocutores no encuentra ningún motivo vital para avanzar en el saber (…)  Se entiende de verdad algo (incluso en la ciencia) cuando se narra, porque entonces se aprecia cuál es su curso y su finalidad.

Respecto a la generosidad con el propio tiempo, cita a Gregorio Marañón: “Muchos hombres dicen: no puedo ocuparme de nada porque necesito todo mi tiempo para hacer “mi obra”. Estos no harán nunca ni su obra ni nada.”

No se muerde la lengua al hablar de algunas de las actuales miserias de la universidad:

Donde he visto más atropellados los anhelos de ciencia rigurosa y de pensamiento libre ha sido en instituciones universitarias dominadas dogmáticamente por profesores anticristianos.

Bolonia cae en el procedimentalismo, la minusvaloración del conocimiento y la depreciación de la figura del profesor.

El alma de la universidad, afirma, es la comunicación vital del saber. Eso, junto a leer mucho y no dejar nunca de hacerlo, y a reunirse los pocos que comparten los mismos ideales para hablar interminablemente entre ellos,… esas tres cosas son las que ponen en marcha una conspiración leal a la república de las letras, una continuada labor subversiva contra la ignorancia solemnemente establecida y todos los fantasmas de la eficacia postulada.

Consciente de la grave encrucijada moral y de pensamiento en que se encuentra el mundo, aflora siempre su optimismo realista, que invita a salir de la pasividad: El vuelco de un proceso en declive lo han conseguido siempre minorías bien preparadas.

Alejandro Llano tiene una rica producción intelectual. El placer de escribir es el más íntimo y solitario q imaginar se pueda. Nos da cuenta del origen y alcance de algunas de sus obras más conocidas: La vida logradaEl diablo es conservador, Humanismo cívico, Repensar la universidad…

Son muy interesantes sus reflexiones sobre la teoría del deseo mimético, de René Girard, y la conversión que produce en todo autor descubrir que la dualidad bien-mal está en el interior de cada uno, también del héroe. Ver aquí una conferencia suya al respecto: La literatura como conversión

Se percibe a lo largo de la navegación un factor de cohesión que une elementos en apariencia dispersos: una coherencia cristiana, la unidad de vida que promueve el espíritu del Opus Dei, que vemos emerger con naturalidad de la vida misma en el día a día. Lo refleja bien el comentario de un amigo,  lector de la primera parte de sus memorias: Olor a yerba seca es un relato como tocado por la gracia, y la clave es la unidad entre la vocación cristiana y la vocación intelectual del autor.


Quizá el mejor resumen de este recomendable libro es que ejemplifica en qué consiste una vida plena,  esa idea tenida en la juventud y realizada en la edad madura. Aún le queda al profesor Llano al menos una tercera entrega de sus memorias, pero de momento con las dos precedentes nos ha dejado mucho para aprender y disfrutar.