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jueves, 1 de diciembre de 2022

Elogio a la carta

 

Hay tiempos, como la Navidad, en que sentimos una íntima necesidad de comunicarnos con los seres queridos. La forma de hacerlo ha cambiado mucho. La tecnología nos lo ha puesto mucho más fácil. Pero de tan fácil, quizá por el camino hemos perdido la capacidad de expresar bien lo que sentimos. Y si no nos paramos a expresarlo certeramente, corremos el riesgo de perder el sentimiento mismo, de desdibujarlo hasta dejarlo convertido en un convencionalismo superficial.

 

En Navidad y Año Nuevo miles de millones de mensajes cruzarán el espacio y aterrizarán en móviles y ordenadores. Lacónicas frases en su mayoría, dibujitos en movimiento con luces de colores, enlaces a sorpresivas músicas emotivas… Mucho ruido, pero poca comunicación verdadera.

 

Quedan unos pocos que siguen fieles a la carta navideña, entrañable, con palabras bien dichas, certeras, de corazón a corazón. Enviada por medios digitales, o todavía en papel, con sobre y postal, y hasta con sello de motivo navideño, que ya es para nota. Pero carta bien pensada, bien dicha, de corazón a corazón, personal.

 

Para decir cosas al corazón ausente no hay como la carta. En la carta, antes de escribirla, miramos a nuestro interior y nos preguntamos qué sentimos exactamente. Rebuscamos las palabras para dar con las que mejor expresen el sentimiento, el deseo, el cariño que anida dentro. Palabras que sin ser relamidas sean certeras. Breves, graciosas, sencillas. Palabras discretas pero verdaderas.

 

En la introducción a las Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke, leemos un bello elogio de la carta como medio de amistad: “Soy de aquellos hombres a la antigua, que ven todavía en las cartas un medio de trato, uno de los más bellos y fructíferos.”

 

Escribamos cartas. Es un ejercicio que nos afina y enriquece, porque requiere mirar adentro para conocemos mejor. Y al intentar dar con las palabras acertadas y escribirlas, establecemos una comunicación verdadera con otros corazones. Así florece la amistad.

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

El coraje de la conciencia

 


Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo

 (Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)


El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador, es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo. Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes, tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert K. Chesterton. Su actitud vital, reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el autor los ofrece ahora a nuestra consideración. 

 

Se trata de tres figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro ser. 

 

Los tres viven en un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió Harper Lee, la conciencia de cada uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.

 

Nuestros personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton, fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio, ninguno de ellos es pájaro de mal agüero, ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que dulcifica y ennoblece la convivencia.


Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra

 

Tomás Moro, primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia conversión, y acabó siendo san Pablo.

 

Moro ha pasado a ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”, señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y cae por su propio peso.

 

Con gran sentido, la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio. 


John Henry Newman

 

John Henry Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio origen al movimiento de Oxford, y le llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus fuertes prejuicios contra Roma.

 

Newman sabía que padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su Carta al duque de Norfolk: “Si me pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.


Gilbert. K. Chesterton

 

En Gilbert K. Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia, escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a la Iglesia católica que ya intuye cercano.

 

No gustaba mucho esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo, a romper con quienes sostienen ideas diferentes.

 

Tres personajes muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y poner zancadillas, saben poner al rival en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin verdad no se puede ser libre.

 

La vida de estas personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es preciso ir “Contracorriente… hacia la libertad”.


Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es


 


 

 

jueves, 7 de enero de 2021

Inteligencia emocional

 




Inteligencia emocional. Daniel Goleman

 

Durante años pasó casi desapercibida esta cualidad del ser humano, que nos permite afrontar satisfactoriamente los problemas que surgen en las relaciones interpersonales. Se cualificaba a las personas según su Coeficiente Intelectual, un índice en el que no se contemplaban las emociones ni la capacidad de controlar los sentimientos y modularlos para que nuestras relaciones interpersonales sean armoniosas.

 

Daniel Goleman explica en este libro, publicado en 1995, qué son las emociones, la importancia que tienen en nuestra vida personal y en las relaciones sociales, y cómo podemos aprender a educarlas. Porque la inteligencia emocional, clave para resolver adecuadamente los conflictos humanos, se puede educar y hacer crecer. Goleman concluye que, para tener éxito en la vida, la gestión de las emociones es más determinante que el coeficiente intelectual.

 

 Además de escritor y periodista, Goleman es sobre todo psicólogo, y ofrece una práctica relación de consejos para ayudar al lector a identificar y gestionar sus sentimientos y estados de ánimo. Muchos problemas de convivencia y de salud surgen porque no somos capaces de distinguir el origen de nuestras emociones, y tampoco nos detenemos a tratar de comprender los sentimientos y estados de ánimo de nuestros interlocutores. Esa carencia nos inhabilita para la relación fluída y fructífera, tanto en la vida familiar como en la laboral o social.

 

Hay que pararse a pensar: un enfado puede cortocircuitarse si antes de darle expresión somos capaces de detectar alguna información que pueda mitigarlo.

 

Podemos mitigar la ansiedad, que siempre está provocada por una preocupación crónica y reiterativa, muy diferente a la reflexión constructiva acerca del problema objetivo que pueda estar provocándola.

 

Hay que saber descubrir cuándo una preocupación se está volviendo crónica, para desactivarla antes de que degenere en ansiedad y nos encierre en una actitud rígida ante el problema. Si no aprendemos a controlar la preocupación, viviendo el presente y analizando fríamente el problema, esa preocupación reiterativa puede degenerar en fobias y obsesiones.

 

Muy interesante los consejos acerca de cómo generar estados de ánimo positivos, y desarrollar la capacidad de transmitirlos a los demás. Es muy bueno su análisis, basado siempre en la observación práctica de las conductas, sobre la tristeza, la esperanza, el arte de criticar, el estrés, y los recursos para cambiar los estados de ánimo negativos: escribir es uno de ellos.

 

Goleman se detiene también en analizar el carácter, del que con frecuencia olvidamos que se puede reformar para mejorarlo. A veces, como decía san Josemaría, la expresión “son cosas de mi carácter” intenta tapar que algunas manifestaciones torpes de nuestra conducta son precisamente debidas a nuestra "falta de carácter", y a que no nos decidimos a poner el esfuerzo necesario por adquirir los hábitos que constituyen el “buen carácter”.

 

Si la depresión es una de las enfermedades más extendidas en nuestros días, Goleman afirma que, aunque la tendencia a la depresión tenga un origen parcialmente genético, su causa principal parece radicar en los hábitos mentales pesimistas, que predisponen a reaccionar mal ante los pequeños contratiempos de la vida.

 

Puesto que se trata de hábitos, hay que ser conscientes de que en el fondo “el destino te lo montas tú”. Se trata de promover hábitos saludables, habilidades emocionales, que nos impedirán caer en la depresión. Así, afrontar los problemas, sin rehuirlos. Pensar, antes de actuar. Revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión: por ejemplo, tomar resoluciones de trabajar mejor para sacar mejores rendimientos, en vez de pensar que uno no sirve. También conviene cultivar el arte del buen humor.

 

Muy adecuados también los consejos para desarrollar la virtud de la amistad

-mejorar la expresividad de nuestras emociones; 

-aprender a distinguir la expresividad emocional de los demás, los gestos y palabras, incluso el tono de voz o la mirada, a través de los que se manifiesta su estado de ánimo (triste, alegre, agobiado…) que nos permitirá sintonizar adecuadamente, con empatía; 

-mejorar la comunicación interpersonal, saber hacer esas preguntas que facilitan el diálogo; 

-aprender a observar y escuchar a los demás para averiguar cómo se sienten; 

-decir algo agradable cuando hacen algo bien; 

-sonreír y brindar colaboración, propuestas, aliento… 

En definitiva, hábitos necesarios para mejorar la comunicación, que es la base de la comunión interpersonal y la unidad en la familia y en las organizaciones laborales.

 

Muy interesantes sus comentarios y consejos sobre la asertividad, que es la capacidad de expresar los sentimientos directa y serenamente, con sencillez, sin agresividad, sin gritos, sin echar la culpa a otros, o sin ese permanecer silenciosamente a la defensiva, en ocasiones más temible para uno mismo y para los demás.

 

 

 

 

martes, 29 de diciembre de 2020

Reencuentro

 


Reencuentro. Fred Uhlman. Ed. Tusquets

 

Novela corta de tintes autobiográficos, entorno a la amistad entre dos adolescentes, uno hijo de un médico judío, y el otro perteneciente a la aristocracia alemana. Su amistad se fragua en la escuela de Stugart, poco antes de la llegada de Hitler al poder.

 

Están bien descritos los hermosos sentimientos que afloran en el ser humano gracias a los lazos de la amistad, especialmente intensos durante ese ”breve lapso de inocencia, pureza y desinterés” por el que pasamos entre los 16 y los 18 años.

 

Pero esos lazos, que ennoblecen el corazón humano, pueden acabar desgarrados a causa de la opresión que generan los prejuicios, difundidos en el ambiente social por incultura o por intereses políticos o ideológicos.

 

La terrible experiencia de la Alemania hitleriana debería precavernos para siempre de cualquier discriminación e incomprensión lanzada desde las cuevas del poder contra las personas, a causa de su raza o su religión. Y estar en guardia frente a estereotipos.

 

Queda patente en el libro la increíble injusticia que sufrieron los judíos, y el horrible sentimiento que guardan ante un alemán, incluso ante el sonido duro y metálico de su lengua: “Debes proceder con cautela antes de aceptar a un alemán...” Un sentimiento que, siendo comprensible, corre también el riesgo de acabar siendo injusto, por generar prejuicios y estereotipos que falsean la realidad.


Fred Ulhman, escritor y pintor (1901-1985)


Ulhman, alemán de origen judío, apunta también el perverso efecto de la increencia. Quien no cree en Dios, fácilmente cae en el escepticismo: “La idea de la muerte que tienen algunos les vuelve escépticos ante la vida: todo es fútil.” Ese escepticismo provoca indiferencia ante la bondad o maldad de las actuaciones humanas: todo vale, todo es relativo.

 

La ideología nazi es una forma de totalitarismo ateo. Niega la existencia de Dios y, como el comunismo, acaba poniendo en su lugar al Estado. Pero si no hay Dios que nos vaya a juzgar al morir, ya no importa demasiado vivir como un ladrón o un criminal. Si no hay Dios, como dijo san Agustín, nada impide que quienes alcancen el poder puedan actuar como una banda de ladrones. De ese riesgo que corre la sociedad actual ha hablado mucho Benedicto XVI.

 

Esa es precisamente una de las vías por las que podemos intuir que Dios existe: no puede tener el mismo fin quien hace el bien que quien actúa mal a conciencia. Uno será premiado, el otro condenado.

 

viernes, 6 de marzo de 2020

El jardín de los Finzi-Contini. Georgio Bassan







Brillante novela, al parecer en clave autobiográfica, que narra la historia de Alberto, un joven estudiante de filología en la Ferrara de entreguerras.

De familia judía de clase media, el muchacho sufre las consecuencias de las leyes racistas que empieza a aplicar Mussolini, y es expulsado del club de tenis.

Alberto conoce desde pequeño a los hijos de una rica familia judía, los Finzi-Contini, y está desde siempre prendado de la hija, Micòl. Estos, como muestra de solidaridad ante su expulsión, le invitan a su casa, una lujosa mansión rodeada de un bello parque. Acuden también otros jóvenes que como él han sido expulsados del club social.

Deslumbrado por la clase y el trato humano y cordial que recibe de la familia, y de la propia Micòl, Alberto acude cada vez con más frecuencia al palacio, y acaba intimando con Micòl: una joven guapa, lista, de amena conversación y gran clase humana.

Lo que Micòl ve solo como un amor de amistad, fraternal, el joven lo entiende como el amor entre hombre y mujer. Y cuando finalmente Micòl le rechaza, el sufrimiento de Alberto es desgarrador. 

Sólo se recupera cuando su propio padre le hace ver, en una cariñosa conversación de padre-anciano a hijo-quesehacehombre, que es señal de madurez para un hombre reconocer el no de una mujer, y que hay que aprender a valorar las diversas circunstancias que rodean a ambos, sin dejarse arrastrar sin más por los primeros y lógicos afectos.

Escrita con gran estilo, traza un bello relato en el que afloran  valores humanos sobre el amargo fondo histórico de la discriminación racial, creciente en la Italia de los años 30 a instancias de las leyes nazis de Mussolini.

Pero Bassani no se centra en cuestiones políticas y sociales, sino en el fondo humano de los personajes, dibujando sus caracteres con maestría, y logrando una gran riqueza humana en los diálogos, que transmiten valores. Aunque no siempre los consejos que afloran sean afortunados, el conjunto es de gran calidad literaria y recomendable.


jueves, 18 de octubre de 2018

Trilogía sobre la historia de Aníbal y Escipión.




Africanus, el hijo del cónsul. Las legiones malditas. La traición de

Roma. 

Fantástica trilogía de Santiago Posteguillo










El reciente premio Planeta otorgado a Santiago Posteguillo me lleva a reseñar esta otra fantástica trilogía, en la que el escritor valenciano recrea, con maestría y gran respeto a los datos históricos, la vida de Publio Cornelio Escipión y su rival, el general cartaginés Aníbal. Ambos lideraron los ejércitos de Roma y Cartago, enfrentados en el siglo III antes de Jesucristo en una guerra sin cuartel por la hegemonía del mundo conocido.


                                              
                                                      Santiago Posteguillo

Posteguillo logra zambullirnos en la narración con su detallada y verosímil recreación de lugares y costumbres. Nos permite asistir a conversaciones íntimas en el seno de una familia romana, a las exquisitas lecciones que recibía Escipión niño de sus maestros griegos,  a sesiones en el Senado romano, a las intrigas y traiciones políticas,  a las grandes batallas que decidieron el devenir de nuestra civilización. 

Nos aporta también un conocimiento detallado de la geografía y de los lugares claves donde sucedieron los hechos más importantes de aquel momento histórico. Para los valencianos tiene un sabor especial la estupenda recreación del asalto cartaginés a Sagunto. 


                                                        Aníbal en el paso de los Alpes

La trama nos permite cruzarnos con personajes de la cultura y la política del momento. Singularmente bien recreada la figura del poeta y dramaturgo Cneo Nevio, que combatió en la primera guerra púnica. Esos personajes dan perspectiva y relieve a los hechos centrales del relato.

                                     
                                               Cneo Nevio, dramaturgo romano

De la mano de todos ellos, percibimos la cultura propia de la época, la manera de pensar de los protagonistas, que determinaba sus pautas de conducta. Así, Cneo poseía “… el  típico cinismo propio de alguien a quien la vida había transformado en un gran escéptico.”

Aun en medio de unas costumbres brutales,  Posteguillo no olvida resaltar a lo largo del libro el aprecio a valores y virtudes humanas.
Aquellos hombres conocían y apreciaban el valor de la lealtad y la amistad, que en ocasiones brillan justo por su ausencia o por el vicio contrario. 

                                                      Publio Cornelio Escipión

Así, las reflexiones, procedentes de la Ética a Nicómaco, de Aristóteles, sobre el valor de la amistad. Hay tres motivos, nos dice, por los que los hombres se quieren y se hacen amigos: la utilidad, la atracción y la simpatía espiritual. Los dos primeros lazos son transitorios, porque su fundamento es la utilidad o la atracción, y no se quieren por ellos mismos sino por utilidad o placer, que son pasajeros. La simpatía espiritual es el verdadero comienzo de la amistad, aunque todavía no sea amistad.


La amistad se basa  “en el carácter y las virtudes de los que son iguales entre sí”. Si son buenos, buscan el bien el uno para el otro. Tal cosa requiere tiempo y trato, hasta que cada uno se haya mostrado al otro digno de cariño y la confianza se haya confirmado…

Y la importancia de escuchar los consejos de un buen amigo: “Aquel cuyos oídos están tan cerrados a la verdad hasta el punto que no puede escucharla de boca de un amigo, puede darse por perdido.”


Queda patente también la grandeza de ánimo y fortaleza de los héroes, que saben sobreponerse en momentos de debilidad, cansancio o enfermedad: “Publio ensanchó el pecho mientras andaba. No debía dar sensación de desánimo ante sus legionarios. Cuando paseaba por la ciudad o entre sus tropas era el centro de las miradas. Su apariencia, su porte, su seguridad, eran importantes.”

Pero ni siquiera los héroes son inmunes a los vicios. Les acecha la ridícula tentación de la vanidad: “Nadie es inmune a la vanidad vacua del éxito continuado.”

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La trilogía está narrada con maestría, se lee de un tirón y deja con ganas de más.



lunes, 18 de septiembre de 2017

La nieta del señor Linh

La nieta del señor Linh. Philippe Claudel. Ed Salamandra


Entrañable relato sobre la amistad que surge espontánea entre dos corazones rotos, que tienen en común el vacío que ha dejado la pérdida de seres queridos y el anhelo de comprensión y humanidad que todos llevamos dentro.

Ese anhelo contrasta con la fría sociedad en la que viven. Personas supuestamente civilizadas encerradas en un modo de vida egoísta, técnicamente avanzado, pero incapaz de mirar a los ojos para adivinar que alguien está necesitado de algo y ofrecerle al menos una mirada de comprensión.

El señor Linh llega como refugiado a una ciudad europea, procedente de algún país asiático asolado por la guerra. Lleva en brazos a su único tesoro y razón de su vida: su nieta, de escasos meses. Ha perdido todo en una guerra tan absurda como todas las guerras. 

Linh y su nieta reciben una atención correcta de los servicios oficiales de atención al refugiado. Pero es una atención  falta de humanidad, porque es fría, vacía de sentimientos, incapaz de hacerse cargo de sus anhelos interiores. Le embarga un profundo sentimiento de soledad y desamparo.

El viejo señor Linh, sólo en una ciudad fría, de la que no entiende ni el idioma ni las costumbres, coincide en un banco junto al parque con el señor Bark, y este le habla, sin importarle el desconocimiento del idioma. El señor Bark necesita hablar, porque acaba de perder a su mujer y está desconsolado. Regentaba junto a su mujer el tío vivo del parque, que tienen frente a ellos. Pero ahora ya nada tiene sentido para él.

El señor Lihn no entiende nada de lo que le dice, pero siente por primera vez desde que llegó el calor de una voz que le habla en confianza. Una voz cálida que le envuelve en una dulce sensación de ternura y comprensión. Y le escucha con interés, y el señor Bark se siente escuchado y comprendido. Y una intensa simpatía crece entre ambos.

“Esta ciudad nunca nos gustó” dice el señor Bark, sin importarle que Linh no le entienda. “No sé usted, pero lo que es nosotros nunca pudimos soportarla. Así que pensábamos buscar una casita en el interior, en un pueblo, un pueblo cualquiera en el campo, cerca de un bosque, de un río, un pueblecito, si es que todavía existen sitios así, en el que todo el mundo se conociera y se saludara, no como aquí…”

Es un relato breve, que se lee con avidez de principio a fin. Philippe Claudel escribe con maestría. Deja en el corazón, más allá de añoranzas, un deseo de apertura al otro, de volver a mirar a cada persona en toda su dignidad, sin juzgar por las apariencias o las procedencias. Muy adecuado para calar hondo en el drama de los refugiados. Y para proponerse mejorar la convivencia en el ambiente en que vivimos.





lunes, 25 de agosto de 2014

Nubosidad variable. Comunicar, un problema esencialmente humano


 
 Nubosidad variable. Carmen Martin Gaite
Nubosidad variable 


Dos amigas se reencuentran después de años de separación a causa de  agravios y malentendidos. Y entonces comienzan a escribirse largas cartas en las que afloran las amarguras y traspiés de sus años de separación, hilvanadas con recuerdos de los años felices en la escuela.

Escrito con maestría, con momentos llenos de encanto y mucha gracia a pesar de las situaciones dolorosas, es una buena muestra de la sicología femenina. Quizá adolece de una perspectiva demasiado introspectiva, llena de subjetivismo y falta de sentido trascendente en los personajes.

Quizá el fondo de la novela es un tema eminentemente humano: la necesidad de comunicación. ¡Cuántas desavenencias son fruto de malentendidos que crecen a causa de nuestro silencio! El amor propio, herido por agravios reales o imaginarios, nos encierra en un amargo mutismo.

Hablar de lo que enfada, preguntar con sencillez el porqué de conductas que aparentan desdén, decir con sinceridad lo que nos hiere,  dar a conocer con transparencia los propios sentimientos a los seres queridos.  Hablar, comunicarse: ese es el modo de evitar  rupturas,  antes de que se agríen y envenenen las relaciones a causa de falsas suposiciones.

La necesidad de comunicación atañe al ser mismo de la persona. Por eso es un tema clásico en los buenos autores. Ver por ejemplo, entre los títulos comentados aquí, Donde el corazón te lleve, de Susana Tamaro. O En lugar seguro, de Wallace Stegner.

De otro modo, más informal y divertido, lo he visto tratado en la película Last Holiday (Las últimas vacaciones). La protagonista es una simpática pero inhibida dependienta. Al llegar al momento trascendental de su vida se da cuenta de que hablar, expresar lo que llevamos dentro,  lo que nos gusta o disgusta de quienes tenemos cerca, es una necesidad vital, para uno mismo y para todos. Y declara: “Malgasté gran parte de mi vida estando en silencio”. 


Y se produce la metamorfosis: la inhibida dependienta comienza  a decir las verdades a quien se le pone delante. Y entonces sucede algo sorprendente: la comunicación sincera genera confianza, atrae. Incluso cuando contiene verdades que duelen es un modo de manifestar a los demás que les queremos, que deseamos su bien. Y lejos de distanciar, esa sinceridad estrecha lazos. Y nos hace, a nosotros y a los demás, mejores.

Un dato más a favor de Last Holiday: la protagonista reza, se comunica con Dios, habla honda y a veces desgarradamente con Él. Con palabras sencillas y normales, con una canción, a veces sólo con una pregunta (¿Por qué?), o incluso sólo un guiño simpático dirigido a Quien no sólo le escucha, sino que le sigue hasta en los más pequeños pensamientos.  Comunicación de la mejor clase: en esa sí que no debemos fallar.